La blanca villa alpujarreña parecía un puñado de mármoles rotos, restos de una titánica edificación arojados en la combada pendiente de una describe.
Más del antiguo pueblo alpujarreño que conoció el ilustre viajero poco queda por el moderno empuje inmovilario.
Con todo, merece la pena adentrarse por el barranquillo y saludar ¡ Buenos días, Salvador! al último sastre de jumentos que aún confecciona jalmas, y ropones para los mulos y caballos de toda la Alpujarra. Y visitar la calle Real, subir el barrio de San Marcos, a lo alto del pueblo su entramado árabe de callejuelas, casas blanca. gatos ociosos.....
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