MORIR DE FRÍO 20 MINUTOS
En las canciones y novelas románticas se muere de amor, en las calles de nuestras ciudades se puede morir de soledad y frío. Y eso suele ocurrir a pesar de las medidas, no siempre suficientes, que ponen en marcha las administraciones. Y eso sucede a pesar de la labor, y los abnegados esfuerzos, de entidades dedicadas a la ayuda solidaria.
El problema esta ahí, aletargado, sólo recobra presencia mediática cuando las condiciones extremas del clima, o la muerte, lo transforman en noticia. Cuentan desde los servicios sociales de algunos ayuntamientos, y es cierto, que son muchos los sintecho que no aceptan recluirse en los albergues puestos a su disposición. Es lógico que así sea. Quien crea que con un plato de comida caliente y una cama en un pabellón el asunto está zanjado, se equivoca.
Generalmente detrás de cada persona que duerme al raso hay unas vivencias personales, una historia compleja. Los equipos de calle que siguen el tema lo saben. Cuentan que muchos que lo han perdido todo temen perder lo poco que han recolectado -hatillo, carrito, colchón etc.- si pernoctan en un centro de acogida. Otros, los más desconfiados, han padecido en propia piel las consecuencias de la aporofobia.
Desde entidades como la Fundación Arrels se reclama a las administraciones soluciones al tema definitivas, y no episódicas o temporales. Contra las inclemencias del tiempo y la soledad de los sintecho no valen medidas circunstanciales, urgen actuaciones permanentes, meditadas y ‘cálidas’.
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