-MELONES GIGANTES Y MIGAS Y PIPIRRANAS- COSTA IDEAL.ES
dificultad para acceder a ella la hace más apetecible a jóvenes y parejas
Un verano, con la incorporación de los alumnos en prácticas al periódico, uno de ellos quiso hacerle una entrevista a un tal 'Colás'. Había oído muchas aquel célebre y machacón anuncio radiofónico de Don Pepe y Don José, dos puticlubs de Granada que estaban «vigilados por Colás». El periodista en ciernes creyó que se apuntaría un tanto en su incipiente carrera si le hacía una entrevista a ese tal 'Colás', que debía saber mucho de noches canallas y de ambientes marginales. Se lo propuso al redactor jefe y este, cachazudo y huevón, le dijo que adelante, que sería interesante hablar de la vida de Colás, que presumiblemente se pasaba la noche vigilando a puteros, macarras y gente de mal vivir. A los pocos días el redactor jefe le preguntó al becario cómo llevaba el reportaje de 'Colás'. El cachorro de periodista agachó la cabeza con toda la modestia que podía y replicó:
-No lo he hecho. Resulta que 'Colás' no es una persona, es un sistema de vigilancia.
Y el redactor jefe soltó una carcajada de las que hacen época.
La vigilancia de aparcamientos da para mucha literatura. El escritor y periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos comenta en un trozo de sus escritos que una vez vio un parking con un cartel que decía: 'Vigilamos su coche con Satélite'. De repente apareció un chico con una camiseta que ponía: 'Hola, soy Satélite'.
Los que vigilan el aparcamiento de la playa de La Rijana, que pertenece al municipio de Gualchos-Castell de Ferro, son hermanos y se llaman Antonio y Francisco Manuel Bueno Ferrer. Por la voluntad (uno o dos euros, qué menos) su coche puede ser vigilado por ellos hasta las ocho de la tarde que dan de mano.
-Éramos camioneros y hasta íbamos al extranjero y todo. Pero. ya sabe. empezó a escasear el trabajo y ahora. pues tenemos esto -dice Antonio-.
-Aquí los bañistas pueden estar tranquilos. Algunos hasta dejan las ventanillas abiertas y nos confían las llaves. Nadie se lleva ná -comenta por su parte Francisco Manuel-.
La Rijana es una cala preciosa que no tiene ninguna pretensión de ser playa. Ni falta que le hace. Se accede a ella por la carretera nacional que va hacia Castell y después hay que hacer a pie unos doscientos metros (cuesta abajo si se va a ella y cuesta arriba si se viene de ella) por un pasadizo de cañas y un puente en donde algunos enamorados han puesto sus nombres y las fechas en las que se conocieron. Algunos nombres están tan borrados que me entra curiosidad por saber si esas parejas siguen juntas o ya se han separado. Cualquiera sabe.
Los melones de Francisco
En la playa es fácil oír un grito: '¡Tortas de chocolateeee!'. Quien lo da se llama Yesica, que al igual que los hermanos Bueno ha encontrado en la playa una forma de ganarse la vida.
-Tengo que vender 10 tortas para ganarme tres euros. ¿Quiere usted una?
-Venga, por mí que no quede. Lo que pasa es que cuando llegue a mi casa va a estar un poco chuchurría.
-Luego la mete usted en el frigorífico. Están muy buenas.
-¿Sabe? En los supermercados me dan por ellos 30 céntimos por kilo. A mí me cuesta mucho más producirlos. Así que vengo aquí porque hay gente que valora mis melones.Quien también ha encontrado en La Rijana el lugar idóneo para llevarse todos los días a casa un jornal es Francisco, que viene desde La Mancha con sus melones ecológicos gigantes.
Francisco tiene en su rostro la marca de la supervivencia y en sus maneras la técnica del buen vendedor. Cuando quiero comprarle uno me dice que es mejor que me lleve tres porque me salen tirados. Yo le digo que con un melón de ese tamaño tengo al menos para un mes.
-¿De verdad que no quiere tres?
-No, solo uno. Y démelo que esté bueno.
-Todos mis melones son buenos -afirma Francisco con el orgullo del artista satisfecho con su obra-.
Largsson se hace el sueco
Cuando llego a la playa son casi las cinco de la tarde y aún hay algunas personas que están almorzando (en la playa se come cuando se tiene hambre, no hay horarios) en el único chiringuito que existe allí y que está atendido por un afable y simpático joven que se llama Largsson López.
-Lo de López lo entiendo, pero lo de Largsson. ¿Ese no es un nombre sueco? -le digo-.
-Sí. Ya ve usted. Mi padre es de Córdoba y mi madre de Granada. Yo nací en Córdoba y me llamo Largsson. Las cosas de la vida.
La especialidad del chiringuito La Rijana son migas con pipirrana, que además de tener pareado son servidas con una bonita sonrisa por Sandra, a la que le gusta los piercing y los tatuajes; no hay más que ver su rostro y sus brazos. Se trata de un chiringuito que se monta en mayo o junio y se desmonta en septiembre. Y en él parece haber encontrado Largsson el paraíso que perdió John Milton.
-Yo duermo aquí, en una habitación que tengo arriba. Estoy las veinticuatro horas al día. Y no me quejo porque este es un sitio en el que no me importaría vivir el resto de mi vida. Fíjese que cuando termina la temporada y me tengo que ir, hasta lloro.
Largsson tiene pinta de llevarse las chicas de calle, con su melena a lo D'Artagnan y su permanente sonrisa. Me cuenta que tiene un amigo que se ha hecho un tatuaje en la espalda de la playa de La Rijana. Y que los días de diario hay menos gente, pero que los fines de semana hay tortas (y no son las de Yesica) para encontrar un rodal en el tender la toalla.
-Es que esta playa engancha. Hay mucha gente que la ama, yo entre ellos. Tiene muchos amantes -dice Largsson, que al final se hace el sueco y se queda sin contarme el porqué de su caprichoso nombre.
Un día de estos vuelvo a La Rijana a preguntarle.
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